El terremoto y posterior tsunami que azotó a Japón a principios del año pasado generó profundas perturbaciones atmosféricas, según un informe de la NASA.
Las ondas energéticas que desató el movimiento telúrico y el maremoto fueron tan intensas que alcanzaron la ionosfera, la última sección de la atmósfera ubicada entre 80 y 805 kilómetros de altura.
La ionosfera filtra los rayos ultravioleta rompiendo las moléculas, dejando un halo de electrones e iones dispersos. Los estudios hechos después del sismo japonés muestran un cambio en su patrón de distribución.
El fenómeno ha sido observado antes, como tras el tsunami de Samoa en 2009 y el terremoto de Chile de 2010.
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